El 16 de Mayo de 1988 comenzó la emisión ininterrumpida del Teletexto de TVE, el primer Teletexto de España.
Para muchos de nosotros fue un símbolo de la tecnología, un avance que parecía venido del futuro, un Internet mucho antes de Internet que, aún siendo tan diferente en su tecnología y su funcionamiento, se puede considerar el primer medio de información «bajo demanda» popularizado incluso antes que la propia Internet. Hasta entonces si querías información actualizada, tenías que esperar al noticiero (en TV o en la radio), o leer un periódico con las noticias de ayer.
Teletexto le dio la vuelta eso, nos aportó información actualizada al momento, resultados deportivos, el tiempo, sorteos, accesibilidad para personas con discapacidad auditiva e incluso pasatiempos. Todo a golpe de nuestro mando a distancia.
Para muchos de nosotros es nostalgia, son recuerdos. La de victorias y derrotas de mi querido Real Zaragoza «leídas» en la 202 del Teletexto de RTVE. La de resultados de Formula 1 consultados cuando en España no había Alonso y cuatro tarados teníamos que buscarnos la vida con la parabólica apuntando a la RAI1 Italiana o la DSF Alemana.
Pero más allá de todo aquello, Teletexto es tecnología. Simple pero efectiva, una idea que merece la pena analizar.
Para explicar el funcionamiento del Teletexto, debemos explicar primero el funcionamiento de la televisión analógica. Sí, esas televisiones gordas donde se podía poner un toro y una sevillana reposando en tapete de ganchillo.
Aquellas televisiones, para mostrarnos la información que estaban recibiendo por el aire, utilizaban un sistema de barrido. Esto es, un haz de electrones que recorría la pantalla de arriba a abajo y de derecha a izquierda «imprimiendo» la información en la pantalla.
Podemos imaginarlo como cuando rellenamos una hoja con un texto muy largo, vamos línea por línea completando el texto hasta llegar al final y tener nuestro texto completo.
Y aquí surge un inconveniente y es que el tiempo que tardaba el haz de electrones en volver a su posición inicial para volver a dibujar otra imagen (y repetir esto a toda leche para que nuestro ojo lo interprete como movimiento) hacía que se produjese un efecto «parpadeo» muy incómodo, por lo que a alguien se le ocurrió la solución de dividir la imagen en líneas pares e impares (también llamados campos).
De esta forma, mientras se dibujaban las líneas pares, el haz de electrones de las impares retornaba a su posición inicial en la parte superior derecha y cuando el haz impar terminaba su recorrido por la pantalla, el par comenzaba a dibujar la imagen y el impar iniciaba su retorno para el siguiente ciclo, y así continuamente. Esto hecho con la velocidad y sincronía adecuada resultó en la televisión tal y como la conocemos (o la conocimos, antes de que la televisión digital, transistores y nuevos paneles entrasen en juego)
Dentro de estas líneas de barrido, teníamos por un lado las que se veían (obvio, la imagen que veíamos en nuestro televisor) y luego había unas líneas, tanto superiores como inferiores que eran «invisibles». Una especie de «pasada de frenada» del haz de electrones que cuando llegaba al final no paraba en seco y retornaba, sino que se daba un tiempo para «aterrizar». Además esto servía también de espacio para sincronizar correctamente ambos campos, tanto por abajo como por encima, donde el haz también tenía líneas no visibles para realizar tareas de sincronía y previas a la imagen.
Y ¿qué tiene que ver esto con el Teletexto? Pues bien, a alguien sesudo y con inquietudes, se le ocurrió que ya que estas líneas no visibles iban vacías, se podían aprovechar de alguna forma y se probó a introducir información codificándola digitalmente en paquetes de unos 45 bytes, que en aparatos debidamente preparados, se podría decodificar y representar en la pantalla.
De esta forma, junto con la información de la imagen, enviábamos información digital que se podía representar en 25 líneas de 40 caracteres cada una (En el caso concreto de España, ya que esto podía variar dependiendo del «nivel» y el estándar utilizado). Y así nació el Teletexto.
Hay que entender que, a diferencia del concepto que tenemos hoy con Internet, el Teletexto no era ningún modelo «Cliente-Servidor». No había peticiones y respuesta, sólo una información difundiéndose en una señal analógica que con los medios adecuados podíamos representarla en pantalla. No había interacción alguna como no la hay cuando veíamos una emisión corriente de televisión analógica.
Los que hayáis leído alguna vez el Teletexto sabréis que funciona mediante un sistema de «páginas» numéricas (del 100 al 899) que muestran la información. Estas páginas estaban continuamente emitiéndose en la señal de forma cíclica en cada refresco, de forma que cuando solicitábamos una página determinada, teníamos que esperar a que el refresco de pantalla recibiese la información de dicha página, lo cual podía tardar más o menos dependiendo del momento en el que se realizase la petición (Este efecto en las televisiones analógicas se podía apreciar en los números de página «corriendo» en la pantalla hasta mostrar la deseada).
Evidentemente todo esto cambió con la TDT, donde la información viaja junto con las señales de audio y vídeo de los canales de TV, pero el sistema original no deja de ser una ingeniosa ocurrencia para aprovechar una tecnología ya existente.
Con el avance de internet el Teletexto está condenado a su desaparición tarde o temprano, ya que sólo unos cuantos románticos (Ojo, según los datos más de 2 millones de personas al día en España, que tampoco es moco de pavo) consultan el Teletexto. Según avancen los tiempos y los que vivimos el nacimiento y auge de aquella tecnología vayamos desapareciendo, lo hará también esta maravillosa herramienta, que aún con su poco sentido hoy en día, debería permanecer como bien cultural.
Larga vida al teletexto.
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